Foto: Lucía Vallarino

Durante nuestro camino por la cordillera del Medio Atlas hicimos una parada para conocer a Hajiba, una joven madre, esposa y nómada que nos invita cordialmente a degustar un maravilloso té dentro de su jaima, una tienda hecha de pelo de camello o de oveja en donde hacen gran parte de su día a día, parecida a un living o sala de estar occidental. Es ahí donde, curiosamente, nos acercamos y comenzamos con una serie de preguntas que surgían desde la naturalidad del momento.

Hajiba nos comenta que el agua que beben ella y su familia llega a su casa gracias a un camión que viene desde el pueblo y pasa cada cierto tiempo rellenando todos los contenedores de agua potable para que así ella pueda distribuirla entre cocina, baño y agua para beber. Aun así, aun con esta limitada cantidad de un elemento tan esencial, lo primero que nos ofreció fue un vaso de té caliente que, obviamente, no podíamos rechazar debido a que no aceptar el agua que nos compartía sería muy probablemente una ofensa para ella y toda su cultura. Mientras seguíamos tomando el té en cuestión, confesaba que para bañarse lo que hacen es sacar un poco de agua, dejarla en un plástico o bolsa al sol esperando que este la pueda calentar para así poder bañarse con agua un poco más tibia. Los animales, por otra parte, no beben de la misma agua, sino que van a un afluente de agua cercano.

Al ser seminómadas no poseen ningún tipo de forma de extracción de agua subterránea, como los pozos subterráneos de cuatro a diez metros que existen dentro del país. Tampoco poseen electricidad, ni mucho menos cañerías y, por ende, no pueden ni refrigerar ni desperdiciar el agua de ninguna forma. Se las arreglan para que el agua les dure hasta que llegue nuevamente el camión que los suministra de agua y así su ciclo del agua vuelva a comenzar.