Fez

El laberinto de los olores

Fez es la tercera ciudad más grande de Marruecos y posee la mayor zona peatonal del mundo. Pasear por su medina es una experiencia sensorial única

18 Julio 2022

3-4 minutos de lectura

Foto: Artur Torras

Caminaba a toda prisa por una calle oscura y estrecha, abarrotada de gente, animales y alimentos. Al mismo tiempo, esa calle se bifurcaba en tres o cuatro iguales, y esas en otras tantas semejantes. Estaba perdido y confuso, y mi sentido de la orientación, completamente anulado, no servía para nada en medio de ese caos laberíntico de paredes, puertas y pasillos. La gente te adelantaba por ambos lados, casi pisándote con total impunidad. Me sentía observado, clasificado, analizado por miradas de personas anónimas a las que les interesaban mis movimientos, mi indumentaria y mi propósito. Intentaba controlarme y relajarme para sentirme algo más cómodo y poder camuflarme en ese murmullo cultural, pero era incapaz, y lo único que podía hacer era seguir caminando, seguir adentrándome en las entrañas de Fez. “Bienvenido a Fez”, pensé.

Al cabo de un rato, uno de mis cinco sentidos, que por aquel entonces estaban hiperactivos, destacaba del resto: el olfato. Cada callejuela de la medina era un mundo sensorial aparte, una experiencia única, a veces no apta para aprensivos a los olores fuertes. Había tiendas que vendían comida de todo tipo, y fácilmente podías pasar de la calle de las especias, con un olor intenso, agudo y variado, a la zona donde vendían carne -a veces colgada en la misma calle para secarse- con un olor mucho más denso y apabullante. Y todo este abanico de olores se mezclaba con los olores dulzones de las infinidades tiendas de postres marroquíes y el olor característico y bastante ácido de las clásicas curtidurías.

Aunque llevaba -literalmente- solo algunas horas en el país, sumergirme en la medina fue sinónimo de sumergirme en su mundo. En aquellas calles llenas de vida se podía palpar toda una sociedad milenaria; contemplabas su vestimenta, percibías su carácter y se te ponían los pelos de punta con el cántico del almuédano -la llamada a la oración-. Y ante todo olías, observabas y degustabas su comida, uno de los pilares de su sociedad. Alrededor de ella, se generan sinergias únicas de comportamientos que se habían forjado de generación en generación durante cientos o miles de años, esculpiendo cada detalle de su conducta. Daba la sensación de que el puesto de las verduras frescas, el carnicero con la cabeza de vaca encima el mostrador, el meticuloso vendedor de las especias y jabones o el que te vendía un plato de cuscús recién hecho, eran los verdaderos amos de Marruecos.

Después de una mañana perdido por una especie de “laberinto de los olores”, el cuerpo no tenía más remedio que ajustarse al ritmo del lugar. Y adaptarse a Fez significaba adentrarse en sus murallas por una de sus cinco puertas y caminar por la zona peatonal más grande del mundo, su medina, Fez el Bali, patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Contemplar la mezquita-universidad de Qarawiyyin, considerada la institución educativa superior más antigua del mundo todavía en funcionamiento, las curtidurías de Chowara y Sidi Mussa o la madrasa Bou Inania son componentes esenciales para entender la historia de Marruecos. Sin embargo, oler su comida, sus especias, sus dulces, comerla, degustarla y observar su fervor por ella, son simplicidades ordinarias que te permiten vivir en primera persona su historia y, de alguna manera, ser parte de ella.

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