Foto: Marià Serrat

No había nada alrededor, excepto un pozo, dos nómadas y 51 cabras. El sol estaba alto y el termómetro marcaba unos suaves 35 grados centígrados. El pastor más joven, Said, de 22 años, vestía un turbante negro y ropa oscura y larga que, meticulosamente, no dejaba ni un centímetro de piel a la merced del áspero clima desértico. Said parecía ser un hombre tranquilo, paciente y honesto, cualidades importantes para un nómada del desierto. Nos miraba fijamente y bajo la protección del turbante le iba susurrando palabras en amazig a su compañero que parecían divertirle bastante. Mientras, sus cabras se hidrataban tanto como podían bajo el abrumador sol saharaui. Sabían perfectamente que ese era el único pozo del lugar.

El joven pastor nos dijo que, actualmente, vive con su familia a media hora andando del pozo, justo antes del anti-Atlas, una cordillera que se encuentra paralelamente al sur del Atlas. Las percepciones temporales de los nómadas pueden ser distintas a las nuestras, y esa media hora que nos dijo Said podían ser perfectamente una mañana o un día entero andando. El anti-Atlas se observaba en el horizonte, muy a lo lejos, y no daba la sensación de esa proximidad que nos prometía. La simplicidad de dedicarse al duro trabajo de deambular -aunque con precisión milimétrica- por aquellos parajes estériles en busca de pastos para su ganado, les permitía ser libres del tiempo y esa media hora era algo banal para ellos.

Las cabras de Said, diferentes genéticamente que las de la península ibérica, son animales muy resistentes a las condiciones climáticas y su sistema digestivo está preparado para absorber los escasos nutrientes de las plantas leñosas y secas que hay en el desierto. Si a esto le sumamos que son capaces de proporcionar leche, carne, piel y dinero (cuando las venden o intercambian), se convierten en el ganado perfecto para estas condiciones. Sin embargo, ese verano los pastos estaban más secos de lo habitual para la época del año. La sequía persistente también se notaba en uno de los paisajes más áridos del planeta y, a consecuencia de la falta de agua, Said y su compañero tenían que desplazarse cada vez más lejos para encontrar buenos pastos para el ganado. El pozo, que es el epicentro de las dos familias, también sufría las consecuencias de la sequía y cada día el agua se encontraba más y más profunda.

Aunque parezca imposible, las condiciones ambientales donde vive esta gente estaban empeorando día a día, mes a mes y año a año. Más sequías, menos agua, menos pastos, menos ganado que pueda sobrevivir y jornadas diarias más largas y duras. Cuando le preguntamos a Said cómo se lo hace para aguantarlo, su respuesta fue simple: “A base de pan, dátiles y leche”. Y es que esta dieta es sencilla pero eficaz para sus necesidades. La harina del pan, que es rica en hidratos, no se echa a perder con el calor persistente del desierto. La leche, que contiene agua y altas dosis de proteína y grasas animales, es esencial para las jornadas más largas y duras. Y los dátiles, que son ricos en azúcares instantáneos, son un perfecto reparador de los músculos fatigados.