Foto: Marià Serrat

Mohamed y su abuelo, Alí, nos recibieron con los brazos abiertos. Ambos, junto con su familia, viven en una serie de cuevas de una manera seminómada, dependiendo siempre de los de los pastos para el ganado. Amablemente, nos acompañaron a la primera de ellas, la cueva para huéspedes. Era pequeña, pero acogedora, con mantas en el suelo para proporcionar cierta comodidad. El techo estaba ennegrecido por las constantes hogueras del crudo invierno y era testigo de las inclemencias del lugar. Mientras nos acomodamos, no tardaron en servirnos un té caliente con azúcar y hierbas autóctonas, recolectadas cerca de la cueva. El gusto era ligeramente diferente, aunque igual de bueno e intenso. Los pueblos estaban lejos de las cuevas y la comida es difícil de conseguir, así que el conocimiento de las plantas comestibles y dónde, cómo y cuándo se pueden encontrar era fundamental para ellos.

Alí estaba sentado en el centro de la cueva y vestía una larga túnica y un turbante, ambos de color blanco. Se podía intuir su ceguera por sus níveos ojos y su mirada perdida en el horizonte. Alí no sabía exactamente cuántos años tenía y utilizaba el protectorado francés como referencia, recordando con aquellos duros días de su niñez donde tenía que sonreír si se encontraba a un oficial francés. En 1956 Marruecos se independizó de España y Francia, así que Ali tenía más de 65 años.

De esos días, Alí también recuerda que vio a uno de los últimos leopardos del Atlas en el vecino valle del Dades. La pantera, enfurecida, estaba cautiva en una jaula encima de un camión, seguramente para acabar en un zoológico o en la casa de algún sultán. Por aquellos tiempos ya quedaban pocos ejemplares y era algo excepcional ver uno con vida, aunque fuese en esas condiciones. Hay controversias con la posibilidad de que el felino aún hoy en día sobreviva en los valles más perdidos de la cordillera, donde los bosques de pino carrasco y sabinas son más abundantes, aunque el gobierno marroquí lo da por extinguido. Por esa zona, recalca Alí, lo único que había eran lobos, aunque hacía ya cuatro años que no los veía.

La defaunación del Atlas es algo que los mismos habitantes de las montañas te pueden contar. La generación de Alí es la última que ha convivido con los últimos ejemplares de muchas especies, siendo testigos de una extinción sin precedentes. Primero fue el oso pardo del Atlas, extinguido a finales del siglo XIX. Después le siguió los pasos el león de Berbería, exterminado a principios del siglo pasado. Esta subespecie de león era única en el mundo moderno, ya que podía vivir en altitud y ser una especie solitaria. Y, seguidamente, le siguió su primo cercano, el ya mencionado leopardo del Atlas, que tiene una piel más gruesa que las otras subespecies por su adaptación al intenso frío invernal de las montañas. Alí es testigo de ello, lo pudo ver en Dades hace ya muchos años, en la época de los franceses. Y, como su historia, hay muchas repartidas por los pueblos, jaimas y cuevas del Atlas, esperando a ser escuchadas y contadas antes de caer en el olvido para siempre.