Erg Chebbi

Dromedarios, el transporte más occidental del desierto

Enormes dunas de arena anaranjada, un par de horas a lomos de un dromedario, una montaña rusa de sensaciones y una puesta de sol que deja sin aliento. Así descubrimos todo sobre el que empezamos pensando que sería el método de transporte más característico del Sahara, solo para descubrir que tenemos mucho que desaprender

21 Julio 2022

4-5 minutos de lectura

Foto: Sara Martínez

Miedo, angustia, náuseas y una sensación rarísima que te recorre todo el cuerpo por dentro… Así me sentía yo sobre el dromedario que me llevaba con resignación por el Erg Chebbi. Pero entonces respiré hondo y miré a mi alrededor. Y supe, de esa forma en la que a veces sabes algo con certeza, pero sin entender motivos, que estaría en paz. Ante mí se encontraba nada más y nada menos que la inmensidad del Erg Chebbi, con sus dunas anaranjadas. La nada y el todo a la vez. Y, al horizonte, el sol poniéndose. Y supe, con esa misma certeza, que todo estaría bien. Que a veces la vida consiste en hacer algo a pesar del miedo. Solo así podemos descubrir las historias que se esconden ahí donde casi nadie llega.

Hablamos con Mubarak, la persona encargada de los dromedarios, sobre el uso que se les da en la actualidad a estos animales del desierto. Una especie que, contrariamente a lo que podríamos pensar, no es originaria del Sahara marroquí, sino de otras zonas del continente africano, concretamente de la península arábiga. Su capacidad para almacenar e incluso generar agua con las reservas de grasa, unas pestañas largas que protegen sus ojos de la arena, o unas rodillas y tobillos preparadas para caminar largas horas durante la ardiente arena del desierto, hacen de los dromedarios una especie introducida perfecta para ser utilizada como medio de transporte en la vasta extensión del Erg Chebbi. Pero existen los coches, las motos y otros vehículos. Y eso, unido a que cada vez son menos las familias nómadas que sobreviven en el desierto, hacen que este animal sea, hoy en día, una mera atracción turística sin otra finalidad que la de entretener a un público, en su mayoría, occidental.

Foto: Marià Serrat

Los dromedarios, nos explica Mubarak, viven alrededor de 30 años. Y 25 los pasan caminando al sol por el desierto con turistas que se hacen fotos pensando en lo mucho que se parecen a la comunidad bereber (a menudo confundida en sus cabezas con todo el mundo árabe o incluso con las personas que practican el islam, tres términos distintos que por ignorancia colectiva tendemos a tratar como sinónimos en el viejo continente). Una vez dejan de ser útiles para este trabajo por ser ya demasiado viejos, estos herbívoros de la familia Camelidae pasan a convertirse en alimento para las poblaciones locales.

Foto: Sara Martínez

A sus 42 años Mubarak, pese a las condiciones en las que tiene que trabajar -que cada año son más extremas debido al aumento notable de la temperatura de la zona por la emergencia climática-, y con una mirada triste y cansada, nos afirma que está contento, que no puede imaginar un oficio mejor. “Toda mi familia vive del turismo, aunque soy el único que no se dedica a la venta de fósiles. Es un trabajo duro, pero me permite conocer y hablar muchos idiomas. No sé mucho de ninguno todavía, pero nos estamos entendiendo y eso me gusta”, afirma. Y tiene razón, entre francés, castellano y gestos nos entendemos y presenciamos juntas la puesta del sol sobre una duna del Erg Chebbi. Un atardecer más en la vida de Mubarak. Un momento inolvidable para nosotras que, sin duda, cambiará la forma que tenemos de ver la vida.

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