Merdani

‘Vida’ en el desierto

Un calor cada vez más extremo, un agua cada vez más escasa y la ausencia de vida animal o vegetal son la receta perfecta para que tan solo una familia sobreviva hoy en día a la vida en medio del desierto

22 Julio 2022

3 minutos de lectura

Foto: Sara Martínez

Es viernes, por eso, cuando nos bajamos del coche en medio del desierto nos recibe un rico olor a cuscús. Para hacerlo, Hayat y su familia encienden un horno de leña cada viernes, el mismo horno en el que calientan el agua o hacen el pan. Su cocina para todo, un todo limitado por la ausencia de electricidad con la que alimentar la nevera que les permitiría consumir alimentos tan variados como verduras, carne o pescado. Electricidad que, por otro lado, sí les alcanza para iluminar su haima: un panel solar comprado en Rissani cumple esta función.

Tomando un té en su jaima, Hayat nos cuenta cómo para poder estudiar cuando era una niña tuvo que vivir ocho años fuera de casa, en una residencia estudiantil en Rissani. Tener que abandonar lo más árido de un desierto que se vuelve más inhóspito cada día no fue un castigo, sino una experiencia que sueña con repetir: “Aspiro a encontrar un marido, un buen hombre, que viva en el pueblo y poder empezar mi vida de nuevo allí”. Con tan solo 22 años, no sería el primer matrimonio de esta joven, pero implicaría la desaparición quizás para siempre de habitantes del desierto. Y es que Hayat y su familia son ya la última población de seminómadas que quedan en el Sahara. En los últimos años, en los que cada vez son más altas las temperaturas y se hace más difícil conseguir agua, se han ido quedando sin vecinos. Incluso miembros de su propia familia han ido migrando a otras zonas, apartadas del desierto.

La relación de esta población, Merdani, con el pueblo de Rissani es muy estrecha: desde el famoso mercado, en el que adquieren alimentos, la escuela o incluso el hospital, todo lo necesario lo consiguen allí. Pero no pueden ir siempre que quieren o necesitan, ya que no disponen ni de coche ni de mulas. Dependen al 100% de que alguien pase por cerca de su asentamiento en el desierto y quiera llevarles a Rissani. Algo especialmente duro si algún miembro de la familia enferma y necesita ayuda médica: “No siempre podemos ir a Rissani. Para conseguir agua vamos caminando al pozo más cercano”. Un pozo que, por culpa de la sequía agravada por la emergencia climática de los últimos años, cada día está más lejos. Kilómetros de arena ardiente que Hayat y su familia tienen que recorrer a diario si quieren disfrutar de uno de los derechos fundamentales: el agua.

Al terminar el té nos vamos de allí con la pena de quien está descubriendo algo en peligro de extinción. Una cultura, una tradición y una forma de vida que probablemente no encontraremos si algún día volvemos al Sahara. Solo nos queda esperar que Hayat y su familia consigan rehacer sus vidas en Rissani o en algún otro pueblo. Seguirán teniendo calor y la escasez de agua no va a ir a mejor, pero al menos podrán contar con asistencia médica y alimento. Quizás hasta un hogar, el sueño de Hayat.

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