Desierto del Sáhara

Amazig: resistencia y sedentarización

Los grupos nómadas son un ejemplo de resiliencia ante la presión social y ambiental que sufren por cambiar. Es un pueblo libre con un estilo de vida que peligra y que resiste

22 Julio 2022

4–5 minutos de lectura

Foto: Natalia Figueroa

En algún momento al inicio del viaje, Mohammed –nuestro traductor, conductor y acompañante– dijo que él provenía de una familia nómada amazig que emigró a la ciudad en busca de un estilo de vida sedentario y “común”, con más oportunidades. Fue una confesión intrigante, pero en ese momento nadie se animó a preguntarle más. No fue hasta el quinto día de la excursión –cuando el calor me derrotó y enfermé– que pude platicar con él mientras esperaba a mis compañeros en el auto: “Moha, nunca nos dijiste por qué tu familia emigró”. “Se fueron a buscar una vida mejor, como todos quieren buscarla”, respondió.

Los grupos amazigh originalmente optaron por un estilo de vida nómada o seminómada para poder seguir el rastro del agua, satisfacer las necesidades de su rebaño, huir del clima extremo y buscar un suelo fértil. A lo largo de este viaje, visitamos tres tipos de vivienda nómada: en montañas (altiplanos del Medio Atlas), en cuevas y en el desierto. Todos estos grupos comparten características similares en cuanto a su origen y estilo de vida. Sin embargo, una peculiaridad destacable de las familias nómadas del desierto es que ellas habitan el ambiente más hostil y complicado de todos, en un calor intenso que durante el día de nuestra visita oscilaba entre los 40 y los 47°C. También, a diferencia de los otros grupos nómadas que obtienen agua de ríos, lagos, lluvia y nieve, los amazigh del desierto deben recurrir al uso de pozos para extraerla del subsuelo. Pero en años recientes, y como consecuencia del calentamiento global, esta agua subterránea ha disminuido y lo que antes podía solucionarse simplemente con cavar más hondo ahora ya no siempre funciona, por lo que mucha del agua requiere ser bombeada mecánica o eléctricamente.

Mohamed traduce al español todo lo que las personas nómadas nos cuentan, incluso cuando preguntamos cosas muy específicas como, por ejemplo, si se han vacunado contra el COVID-19 (respuesta: no), si acuden al médico al enfermar (respuesta: también no, aunque a veces recurren a chamanes y remedios naturales) o si van a la mezquita con regularidad (respuesta: nuevamente no, pues practican su religión como les es posible con sus propios medios).

En el camino, vemos pozos vacíos y pueblos abandonados con un adobe cuarteado cayendo a pedazos; es, sin duda, un retrato en vida de la muerte. Y estamos presenciando un momento histórico: la desaparición de un pueblo milenario y autóctono, que antes del creciente deterioro ambiental no había tenido razones para cambiar o peligrar. No sólo estamos destruyendo la naturaleza del planeta, sino también su cultura; o más específicamente, a las culturas antiguas que estuvieron cercanamente atadas a él.
Pero algunas personas nómadas no pueden irse. “No podrían cambiar su estilo de vida porque es el único que conocen; es lo que saben hacer”, me explica Mohammed.

Y otros cuantos no desean emigrar, sino preservar su estilo de vida e inmortalizarlo ante el paso del tiempo. La palabra “amazig” significa “hombre libre”, un hombre que no está atado a nada más que a la Tierra, a su curso y a sus cambios.
Es más fácil pensar en derrotas que en resiliencias, y más sencillo estigmatizar o marginalizar que comprender aquello que no compartimos, pero nos encontramos ante un ejemplo de resistencia digno de admirarse. Ante un pueblo que no cede a los intentos del gobierno por hacerlo desaparecer, ni ante los desafíos ambientales que amenazan con extinguirlo.

La sedentarización suele ser interpretada como un sinónimo de progreso, ignorando que a veces nos daña más de lo que imaginamos y que ha limitado en varios sentidos nuestra visión del mundo. Pero aún estamos a tiempo para presenciar y aprender de los grupos nómadas, y de aquellas formas de vivir que surgieron de necesitar a la Tierra.

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