Merdani

El sol, el calor y la “vida” en el Sahara

A causa del calentamiento global, la vida en Merdani es cada día más difícil. La temperatura aumenta año a año y las condiciones en el desierto, que ya son extremas, se vuelven inhabitables

23 Julio 2022

3 minutos de lectura

Foto: Lucía Vallarino

Hoy me despertó el calor, me levanté transpirando. Pasamos la noche en una haima en el Erg Chebbi, y desde que amaneció comenzamos a sentir los estragos del sol. Salí de la jaima bien temprano en busca de agua y vi que muchas personas, probablemente quienes trabajan en este campamento, estaban durmiendo entre alfombras y almohadones a la intemperie. Seguro pudieron dormir mucho más frescos.

Ahora ya son las 8 de la mañana y estamos en 38 grados. El calor del sol se siente a donde sea que vayas, no hay forma de refrescarse. Me aseguro de llenar mi botella de agua en la cocina del campamento y salimos para seguir nuestro recorrido camino a Merdani, un pueblo cercano.

En Merdani nos recibe un grupo de niños pequeños, que no paraban de correr bajo los rayos del sol. Nos acercamos a la haima principal, y nos encontramos con dos mujeres: Hayat y Mama. Con el resto del grupo, también llegó a refugiarse a la sombra una de las niñas que nos encontró a la llegada: Fátima.

A Fátima la conocí ese día, nos vimos solo un ratito. Compartimos juegos, miradas y nos dimos la mano, pero solo eso bastó para dejar una huella en mi memoria. Mientras jugábamos en la jaima, compartiendo el té caliente con menta (que curiosamente es bastante refrescante), Hayat, su hermana, nos contó sobre su vida en Merdani. Vida que tiene los días contados.

La temperatura aumenta año a año y las condiciones en el desierto, que ya son extremas, se vuelven inhabitables. “El pozo del que conseguíamos agua se secó el mes pasado” nos cuenta Hayat con pesar. “Casi no queda agua aquí. Ahora conseguimos agua en un campamento que queda cerca de las dunas. Debajo de las dunas suele haber agua”, afirma. Su familia, como la del resto de nómadas de la zona que viven en el Sáhara desde hace generaciones, se están viendo en la obligación de migrar para sobrevivir.

Para tolerar el calor, Hayat nos cuenta que suelen mojar la arena que queda bajo sombra para sentarse sobre ella y refrescarse. Además, cuando el agua no escaseaba tanto, solían tener plantas frente a la jaima, las cuales regaban y en los momentos que soplaba el viento caliente, funcionaban como barrera, frenando el calor y humedeciendo el aire. Por las noches de verano, duermen afuera, ya que es el lugar más fresco para descansar. En las noches de invierno, las temperaturas descienden mucho y prefieren refugiarse bajo las pieles de dromedario.

Nos quedamos en silencio por un rato, bebiendo el té, escuchando a Hayat, transpirando y tratando de dimensionar la gravedad de su situación. Fátima seguía jugando conmigo y Tomás, sacándonos fotos con mi teléfono, aprendiendo a pronunciar nuestros nombres correctamente y divirtiéndose. Nos miramos a los ojos y nos reímos con complicidad, supongo que el lenguaje de la infancia es universal.

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Merdani

El sol, el calor y la “vida” en el Sahara

A causa del calentamiento global, la vida en Merdani es cada día más difícil. La temperatura aumenta año a año y las condiciones en el desierto, que ya son extremas, se vuelven inhabitables

Lucía Vallarino Cruz | 23-07-2022

Hoy me despertó el calor, me levanté transpirando. Pasamos la noche en una jaima en el Erg Chebbi, y desde que amaneció comenzamos a sentir los estragos del sol. Salí de la jaima bien temprano en busca de agua y vi que muchas personas, probablemente quienes trabajan en este campamento, estaban durmiendo entre alfombras y almohadones a la intemperie. Seguro pudieron dormir mucho más frescos.

Ahora ya son las 8 de la mañana y estamos en 38 grados. El calor del sol se siente a donde sea que vayas, no hay forma de refrescarse. Me aseguro de llenar mi botella de agua en la cocina del campamento y salimos para seguir nuestro recorrido camino a Merdani, un pueblo cercano.

En Merdani nos recibe un grupo de niños pequeños, que no paraban de correr bajo los rayos del sol. Nos acercamos a la jaima principal, y nos encontramos con dos mujeres: Hayat y Mama. Con el resto del grupo, también llegó a refugiarse a la sombra una de las niñas que nos encontró a la llegada: Fátima.

A Fátima la conocí ese día, nos vimos solo un ratito. Compartimos juegos, miradas y nos dimos la mano, pero solo eso bastó para dejar una huella en mi memoria. Mientras jugábamos en la jaima, compartiendo el té caliente con menta (que curiosamente es bastante refrescante), Hayat, su hermana, nos contó sobre su vida en Merdani. Vida que tiene los días contados.

La temperatura aumenta año a año y las condiciones en el desierto, que ya son extremas, se vuelven inhabitables. “El pozo del que conseguíamos agua se secó el mes pasado” nos cuenta Hayat con pesar. “Casi no queda agua aquí. Ahora conseguimos agua en un campamento que queda cerca de las dunas. Debajo de las dunas suele haber agua”, afirma. Su familia, como la del resto de nómadas de la zona que viven en el Sáhara desde hace generaciones, se están viendo en la obligación de migrar para sobrevivir.

Para tolerar el calor, Hayat nos cuenta que suelen mojar la arena que queda bajo sombra para sentarse sobre ella y refrescarse. Además, cuando el agua no escaseaba tanto, solían tener plantas frente a la jaima, las cuales regaban y en los momentos que soplaba el viento caliente, funcionaban como barrera, frenando el calor y humedeciendo el aire. Por las noches de verano, duermen afuera, ya que es el lugar más fresco para descansar. En las noches de invierno, las temperaturas descienden mucho y prefieren refugiarse bajo las pieles de dromedario.

Nos quedamos en silencio por un rato, bebiendo el té, escuchando a Hayat, transpirando y tratando de dimensionar la gravedad de su situación. Fátima seguía jugando conmigo y Tomás, sacándonos fotos con mi teléfono, aprendiendo a pronunciar nuestros nombres correctamente y divirtiéndose. Nos miramos a los ojos y nos reímos con complicidad, supongo que el lenguaje de la infancia es universal.

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