Foto: Marià Serrat

Mientras cruzamos el sur de Marruecos en los coches, nos llama la atención varias veces una columna de humo que parece salir de la nada. Al sexto día decidimos bajarnos y acercarnos a uno de estos focos, y lo que encontramos no es agradable. Un montón de basura de todos los tipos, tamaños, formas y colores se derrite ante nuestros ojos. Esas columnas de humo que ya casi estamos acostumbradas a ver desde la carretera son incendios provocados para quemar basura en vertederos espontáneos. En cualquier parte, a cualquier hora.

Más allá de lo ético de un sistema de consumo basado en el usar y tirar, que por otra parte es importado de occidente, al igual que los objetos que se queman en este vertedero, resulta preocupante la cercanía de pozos de agua. Un agua cada vez más escasa y que abastece tanto a poblaciones nómadas y ganado como a pueblos y ciudades. Escasa y con toda probabilidad contaminada por las sustancias tóxicas que se filtran al suelo en cada uno de estos almacenes de basura que aparecen en cada rincón del sur marroquí.

La (escasa o nula) gestión de los residuos en el país es algo que me llama la atención desde el primer día. Al sexto tengo claro ya que es sin duda el mayor problema medioambiental al que tendrán que hacer frente en Marruecos no ya en los próximos años, sino en el presente. Desde el río Fez, del que ya a nadie se le ocurre beber ni recoger agua para ningún uso, hasta cada uno de los rincones de las ciudades que recorremos: la basura se apila a montones. Hasta que descubrimos este vertedero no podía evitar preguntarme todo el tiempo a dónde iría toda esa basura… ahora sé que no va a ninguna parte, sino que vuelve a las personas a través del agua que beben. La economía circular en su forma más literal e irónica.