Tinerhir

La batalla entre el adobe y el hormigón

A medida que pasa el tiempo, el paisaje naturalmente marrón de Marruecos se va tiñendo de gris. El delicado balance entre el adobe y el hormigón ponen en juego la imagen urbana de las antiguas kasbahs

23 Julio 2022

3-4 minutos de lectura

Foto: Natalia Figueroa

Luis Barragán, arquitecto mexicano ganador del Premio Pritzker, alguna vez dijo que una de las mayores inspiraciones para su obra era la arquitectura de adobe marroquí: “No hay nada como una kasbah que se mimetiza perfectamente con el paisaje, en formas y colores, hasta desaparecer”. Se trata de una vivienda totalmente suave, no intrusiva y sostenible, que inspira a construir con materiales sencillos y formas elementales para combatir la volátil voluntad del clima sin afectar al entorno.

Al pasar por Tinerhir, comenzamos a ver cada vez con mayor frecuencia estructuras de adobe de todo tipo: algunas son casas y otras mezquitas o ksar. Se encuentran también en distintos estados de preservación: algunas permanecen intactas, claramente ayudadas por un mantenimiento constante y otras comienzan a derrumbarse, dejando solamente siluetas para que intuyamos su forma original con la imaginación. Pero también hay algo distinto y nuevo, un híbrido bicolor que ha surgido del choque entre tradición y modernidad: antiguas kasbahs que han sido mezcladas con hormigón, teniendo un piso o un cuarto de adobe marrón y otro de ladrillos grises.

Uno puede intentar deducir los motivos de esta transición. Quizás los propietarios de estas construcciones, hartos de deslaves y cuidados constantes, optaron por un material que –además de ser económico– es más firme y contemporáneo. O tal vez lo hicieron intuitivamente, sin ninguna razón particular más que seguir las corrientes constructivas actuales.

Muchos de estos híbridos de hormigón se encuentran armados y pintados como si fuesen una kasbah: tienen pilares que simulan un borde amurallado, son completamente simétricos y cuadriculares, tienen decorados similares, y lucen una pintura amarillenta, naranja o rojiza que busca reproducir el color terroso del adobe. Desde un punto de vista urbanístico, es acertado que únicamente se permitan construcciones con tonalidades marrones y una baja altura, pues autorizar una mayor variedad de materiales y colores afectaría aún más al paisaje. Pero a pesar de este esfuerzo por que todo luzca armónico y símil, en realidad aquello que mencionaba Barragán reluce al contemplar el paisaje: el hormigón, sin importar la pintura que utilice o la forma que simule, no se puede camuflar de una manera tan bella y orgánica como lo hace una kasbah de adobe.

Estas kasbahs se pierden entre las cordilleras del Atlas, entre la tierra del paisaje y entre la mirada del viajero, pero el gris del hormigón (o bien, los colores artificiales con que se intente disimularlo) no lo logran.

Todos estos cambios y la forma en que se ha lidiado con la modernidad ponen en duda la forma que adquirirán con el paso del tiempo Tinerhir y otros sitios históricos de Marruecos en los que la construcción tradicional peligra. Quizás se podrían utilizar revestimientos de adobe sobre el hormigón para que este luzca menos intrusivo; o tal vez –en el futuro– se puedan crear nuevas mezclas sustentables que no dañen ni al paisaje ni al medio ambiente. Pero, por el momento, debemos entender que el pasado y el presente no tienen por qué ser factores aislados, ni opuestos: pueden coexistir si buscamos la mejor manera de que funcionen juntos. De que el adobe aporte su belleza estética, su milenaria sabiduría arquitectónica y sus propiedades ambientales, mientras que el hormigón aporte su impermeabilidad, su resistencia y su aislamiento.

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