Lac Aguelmame Sidi Ali
La casa de Fátima
A orillas del lago Aguelmame Sidi Ali nos encontramos con la vivienda de una familia seminómada, que nos invita a pasar y nos cuenta cómo es su vida en esta zona del Atlas
20 Julio 2022
4-5 minutos de lectura
Foto: Lucía Vallarino
Despertarse, bajar a desayunar y ver el lago Aguelmame Sidi Ali entre las montañas desde el ventanal del hotel fue increíble. El valor del agua es tan importante en Marruecos, que, para cualquier persona que vive aquí, el hecho de tener una fuente de agua como esta es un privilegio enorme. Así como para nosotras también es un privilegio poder disfrutar del hermoso refugio de Xaluca y tener todas las comodidades, considerando que esta es una zona donde no llega el cableado eléctrico, el agua por cañería ni el saneamiento.
Nos ponemos en marcha para continuar con nuestra ruta bordeando el lago y frenamos en el terreno de otra familia bereber. Allí nos esperaban con una gran sonrisa Fátima y su esposo, junto a sus dos pequeños de 6 y 1 año. Nuevamente quedé sorprendida por la amabilidad y hospitalidad al recibirnos, considerando que sin conocernos nos dan la bienvenida a su hogar y nos invitan a habitarla por un ratito junto a ellos.
A primer golpe de vista ya se notaban diferencias significativas con la vivienda de la familia de Hajiba, que habíamos visitado el día anterior en esta misma zona. La casa de Fátima era más grande, tenía las habitaciones divididas, estaba construida de piedras y adobe en las paredes, y contaba con techo de madera cubierto de distintos tipos de plásticos. A un lado, tenían también una jaima hecha de pieles de dromedario, donde almacenaban el agua y la leña. Alrededor de la vivienda se veían muchos animales: gallinas, perros, cabras y no muy lejos un colmenar de abejas. Pero de todas las características de la casa de Fátima, hubo un detalle que llamó principalmente mi atención: sobre el techo de madera se posaba una enorme antena de televisión y un (no tan grande) panel solar.
Foto: Lucía Vallarino
Fátima, con la ayuda de nuestro traductor Mohamed, nos invitó a pasar y nos hizo un recorrido de su vivienda. Primero ingresamos a una habitación donde se veía bien delimitada la zona de la cocina, y frente a esta, el dormitorio de la familia. En ambos sectores, observé que había pequeños agujeros en el techo que permitían ingresar la luz del sol, a pesar de contar también con lamparitas que estaban encendidas, aun siendo de día, para poder iluminar el hogar. Mohamed luego me explicó que la función de esos pequeños agujeros no es solo dejar entrar la luz, sino que también ofician de “chimenea” en los momentos más duros del invierno, cuando tienen que encender el fuego para poder calentarse.
Continuando con el recorrido, Fátima nos condujo a la habitación de al lado, la principal cuando reciben visitas. Esta estaba decorada con un montón de alfombras de colores que cubrían todo el suelo, almohadones mullidos con estampas marroquíes y una mesa en el centro cubierta por un mantel de flores. Frente a la mesa, se encontraba algo que desvió nuestra atención cuando llegamos: un aparador de madera con una pequeña televisión, un parlante, un DVD y dos teléfonos celulares. Mohammed nos miró y nos preguntó, con un tono disimulado y como si no fuera algo evidente, si habíamos observado que tenían televisión. Aprovechando su observación, le pedí que le preguntara a Fátima sobre el uso que le daban. Mohammed, traduciendo su testimonio, nos contó que la realidad es que la energía de su panel solar no les alcanza para tener electrodomésticos más grandes como nevera, o microondas, pero si les alcanza para esos pequeños de entretenimiento. De todos modos, solo pueden aprovecharlos por las noches para ver las noticias o mirar una película, ya que, durante el día, las ocupaciones cotidianas como el trabajo o las labores del hogar, no les dejan tiempo para el ocio. Los teléfonos solo los usan para llamadas y recibir mensajes, ya que tampoco cuentan con Internet.
Terminamos el recorrido y salimos de la casa. El calor del sol de la media mañana nos abrazó, y caí en la cuenta de lo confortable que estábamos dentro, su vivienda realmente le ofrecía un refugio al calor del verano. Antes de despedirnos les pido unas fotos, y aceptan felizmente la propuesta. Posaron y luego pidieron verla, especialmente el pequeño de seis años, Nadir, que estaba muy entusiasmado con nuestra visita. Nos despedimos con un cálido saludo y una enorme sonrisa.
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