Camino cercano a Alemdun

La Gîte d’étape como lugar de encuentro cultural y arquitectónico

Visitamos las casas de huéspedes más elementales de Marruecos, donde la aparente austeridad está en realidad impregnada de vida

25 Julio 2022

4–5 minutos de lectura

Fotos: Natalia Figueroa [izquierda] y Marià Serrat [derecha]

El concepto de la gîte d’étape (palabras que se traducen como “cabaña de escala”) surge del choque entre la antigüedad y la modernidad, como ocurre tanto. Se trata, por definición, de una casa familiar amazig hecha con materiales tradicionales como adobe o piedra que ha sufrido ligeras modificaciones para albergar huéspedes. Surge también de un incremento del turismo, que se contrapone con el intensivo mantenimiento que requieren estos frágiles espacios, los cuales, de no encontrarse activos, al poco tiempo se transforman en polvo. Proviene de reinventarlos para constituirlos como un hospedaje accesible y sencillo que, con duchas comunes, una cocina, un huerto y unas cuantas habitaciones de alfombras y cojines recibe a viajeros de distintas procedencias.

En ellos, se da un increíble encuentro cultural, pues al tratarse de un hospedaje poco convencional y mucho más apegado a la tradición que otros, te permite adentrarte en el estilo de vida y la gastronomía marroquí. También se trata de un encuentro arquitectónico que te ayuda a comprobar de primera mano que una buena alfombra supera a cualquier cama, que no echas de menos el aire acondicionado cuando tienes frescas paredes de adobe, que la comida preparada orgánicamente en el momento sabe distinta, y que a veces la mejor lengua es aquella que nadie entiende y que te obliga a comunicarte con sonrisas.

Observamos gîtes d’étape dispersas por todo el país, pero la primera vez que nos adentramos en uno fue durante el octavo día de nuestra excursión, cuando paramos a almorzar en el camino. Al igual que en muchos otros momentos del viaje, nos encontrábamos en un sitio completamente nuevo y aleatorio, pero que se sentía como llegar a casa. Nos recibieron con un gesto amable y exuberantes bandejas de comida. “Esta es una verdadera cultura de la abundancia”, comenté. “No lo creas, ¿eh?”, me corrigió David, uno de los profesores que nos acompañan en la expedición. “En realidad aquí producir esta cantidad de alimento es un reto”, continuó, “pero la ofrecen de esta forma porque consideran importante al turismo”, dijo. Y me hizo pensar en la errónea imagen que tenía de que esto era naturalmente sencillo y vasto. Quien visita ve sólo la mejor cara de la moneda… quien viaja se esfuerza por ver las dos.

Todo lo de nuestra mesa proviene de un huerto pequeño que seguramente se riega y mantiene con dificultad. Pero creo que debajo de todo, hay algo de bondad en ello: que la amabilidad de la gente no está meramente sujeta a su sustento, sino que es nata. Y lo sé porque a veces dan lo mejor de sí sin ofrecer ni esperar nada a cambio. “Es una verdadera cultura de hospitalidad entonces”, reformulo tras esta repentina reflexión, y terminamos de comer para partir, aunque el espacio es tan cómodo que casi preferimos tomar una siesta ahí en vez de ir al hotel. Como si el destino hubiese atendido nuestro deseo por quedarnos más tiempo, de pronto escuchamos música y le avisan a David que se está llevando a cabo una boda amazig, a la cual nos invitan, aunque no conozcamos a la pareja que se casa. Nunca hemos ido a un evento así, por lo que es fácil sentir nervios, pero inmediatamente esa sensación se disipa y es sustituida por asombro cuando vemos a la novia: una mujer cubierta enteramente por tela, sentada en un rincón sin moverse, anónima ante nuestros ojos, y rodeada por decenas de mujeres que cantan sincronizadas en un solo ritmo y tono.

Como mencionaba antes, hasta este momento muchas de las cosas nuevas se habían sentido extrañamente familiares. Pero aquí, por primera vez, me siento en otro planeta. En algo que no había visto jamás, que no venía en el programa del viaje y que no esperábamos encontrar. Y ahí, entre tambores, panderetas y palmadas, me siento agradecida por no haber parado en un restaurante u hotel contemporáneo y común. Me siento agradecida, también, por darme cuenta de que el mundo abunda en diferencias que esperan a ser conocidas con los brazos abiertos.

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