Foto: Natalia Figueroa

Contar un mundo ajeno es complicado y siempre resultará inevitablemente incompleto al nunca poder comprenderlo del todo, pero aun así habrá quienes querrán compartir todo lo que puedan contigo, felices de que hagas tu mejor intento por entender. Ese fue el caso con nuestra primera visita a una familia nómada. Fue un encuentro casual, no planeado, con gente que nunca habíamos conocido pero que ya nos trataban como si fuésemos familia. Habíamos investigado y escuchado sobre estos grupos bereberes o amazig, pero ni siquiera las lecturas más detalladas te preparan para un momento así, porque de pronto estás en un paraje que no aparece en el mapa, con gente que no habla tu idioma y que –a pesar de tener que transportar el agua con gran esfuerzo– te recibe con un té recién hecho y una cálida sonrisa, jamás esperando nada a cambio más que tu compañía y tu curiosidad.

Hajiba, la mujer que nos recibe en la jaima principal, acompañada de su hija Insaf, nos cuenta que donde viven es una carpa que ellas mismas bordaron; un telar conformado por varias tiras de cabello procedente de dromedarios. En total, tardan un año aproximadamente en construirla de forma completa, considerando que cada tira del entramado toma un mes. Las tejen durante su tiempo libre, cuando las mujeres no están atendiendo labores domésticas o cuando los demás miembros de la familia no están trabajando con el rebaño. Esta técnica es perceptible en la apariencia de la jaima, pues cada tira es de un tono marrón distinto, lo que la hace ver dispareja pero armoniosamente uniforme a la vez. Hajiba nos cuenta –con la ayuda de Mohammed, nuestro conductor y traductor al español– que recientemente envió a Insaf a estudiar lejos y que a ella no le gustó vivir allí: “le sorprendió descubrir cómo era la ciudad porque ella nunca había salido e imaginaba que todo sería igual a su hogar”, dice. Cuando le pedimos a Mohammed que le pregunte a Hajiba si le gustaría que su familia se mudara a un pueblo o ciudad, él ni siquiera traduce la pregunta, porque ya sabe la respuesta: “Sí, eso quieren; allí la vida es más fácil”. Y tiene razón: la modernidad ha traído consigo muchos cambios a favor de la comodidad y de la accesibilidad a diferentes bienes y servicios que necesitamos, pero a la vez ha traído una excesiva desconexión de la naturaleza; algo que aquí sigue palpablemente presente. Aquí la lluvia, la nieve, los ríos, las hierbas, el viento y el calor del fuego lo rigen todo, y traen consigo desafíos y oportunidades en igual cantidad.