Foto: Marià Serrat

Atravesamos la provincia de Midelt surcando los últimos bosques de cedros que hay en el norte del Atlas. Imponentes y majestuosos, estos gigantes árboles parecían desafiar el paisaje árido con sus pálidas y escuetas copas de color verde. Inmóviles al tiempo, supervivientes de cambios climáticos y civilizaciones milenarias, son ajenos a todo, excepto al presente. A medida que íbamos cogiendo altura, los cedros iban desapareciendo y dejaban paso a grandes sabinas dispersas y pequeños arbustos leñosos.

Un poco más al sur, cerca del lago Sidi Ali, conocimos a Mimuna, la abuela de una familia nómada amazig. Su sonrisa era contagiosa y sus ojos describían una simplicidad abrumadora. En su rostro, se intuyen viejos tatuajes amazig desgastados que mostraban una vida larga y dura en esos parajes de montaña. Mimuna parecía contenta de vernos y de que estuviésemos allí, intentando charlar con ella a través de la mimética, la empatía y la sonrisa. Mientras su familia hospedaba al resto del grupo y les ofrecían un humilde té marroquí, ella se encontraba en lo alto de una colina, a unos centenares de metros de las haimas; estaba apacentando a sesenta cabezas de ganado caprino. Aquella estampa, con la familia, el ganado, los tatuajes ancestrales y las haimas, enmarcado entre aquellas montañas majestuosas, hicieron que me diera cuenta de que Mimuna, igual que los cedros, era una superviviente de aquel lugar, anclada al presente y a su mundo particular.

Foto: Marià Serrat

Los amazig nómadas del Atlas, igual que los del desierto, dependen de su ganado, generalmente cabras, animales capaces de comer plantas con hojas duras y espinas. Ellas les proporcionan carne, leche, dinero y abrigo. Y es por esta razón que los pastos y el agua son los pilares de su subsistencia, sus guías supremos, y los nómadas se mueven en función de su disponibilidad. La adaptación cultural de este pueblo con el riguroso clima y su geografía ha sido la clave de su supervivencia, generando un equilibrio simbiótico entre el ecosistema y sus habitantes.

Mimuna teme por su ganado, por su familia y por las generaciones futuras. Sin comida, no hay futuro. Hace apenas unas generaciones, el mayor desafío al que se enfrentaba el ganado de los nómadas del Atlas eran los grandes carnívoros como el león, el leopardo, el lobo o el oso pardo, actualmente prácticamente extinguidos en esta región. La reciente defaunación del norte de África ha evadido, por un breve tiempo, los temores de padecer bajas en los rebaños y no poder alimentar a la familia. Sin embargo, se acecha un problema mucho mayor que los predadores de antaño: el cambio climático. La temperatura está subiendo cada vez más y cada vez son más escasas las nieves y lluvias en las llanuras del Atlas, produciendo un déficit hídrico muy importante. Si los pastos no crecen, el ganado no come. Y Mimuna y su familia, tampoco.