Fotos: Natalia Figueroa

La enorme mayoría de la población marroquí es practicante del islam, y cada barrio dentro de las medinas alberga una mezquita propia. Desde ella, en distintos momentos del día surge un llamado a la oración entonado a modo de canto que resuena por todos los pasillos, inundándolos de fe.

David, nuestro profesor y guía durante esta excursión, domina el idioma árabe y nos traduce el sonido proveniente de los altavoces: “Alá es el único Dios y Mahoma es su profeta”. Seguido de: “Dios es el más grande”. Este principio religioso se ve también reflejado en la construcción de las ciudades pues no está permitido que ningún edificio sobrepase la altura de las mezquitas con el fin de que ninguna persona esté por encima de Dios.

Las mezquitas son estructuras imponentes. Durante el día destacan por su altura y sus decoraciones exteriores y durante la noche, por ser los puntos más iluminados en la ciudad. Al igual que a una deidad, es imposible perderlas, y también es imposible mirarlas y no sentir respeto. Aunque se lleve a cabo con un fin religioso y no uno paisajístico, esta valoración a los lugares de culto tiene un impacto positivo en la imagen de la ciudad. Al llegar al centro de Marrakech no hay un solo edificio que sobrepase el uso de suelo original; todas las construcciones se mantienen en una escala pequeña, con una misma sintonía de altura, forma y color. No hay una “jungla de asfalto” con rascacielos, ni una disparidad estética.

Durante el viaje, a lo largo de distintos caminos, no era extraño encontrar palabras escritas en árabe sobre los montes. Cuando le preguntamos al conductor de nuestro vehículo, Omar, por su significado dijo que era: “Dios, Patria, Rey”, la base con que se rige el país. Por debajo de Alá están los hombres, y todo aquello que construyan.

Seguir a Dios con tal devoción tiene resultados favorables para la tipología formal de las ciudades. Antes muchas más personas respetaban a la arquitectura religiosa como lo hace el islam en Marruecos, pero esto se ha ido perdiendo. Incluso yo, que no practico ninguna religión, siento tristeza cuando en México, mi país, las iglesias quedan ocultas detrás de puentes peatonales, anuncios espectaculares o bloques de concreto. Cuando dejamos de valorar a estos bellos espacios, aunque no sean sagrados para nosotros, perdemos parte de lo que nos hace y nos hizo humanos.