Campamento en el Erg Chebbi
Noche bajo estrellas y jaimas
El desierto marroquí nos invita a explorar su ecosistema y su paisaje a la vez que nos da la bienvenida a hospedarnos una noche en su más tradicional y sencillo esquema arquitectónico: las jaimas
21 Julio 2022
4 minutos de lectura
Foto: Marià Serrat
Los espacios del hogar que usualmente más se utilizan para el disfrute común son la sala y, en caso de haberlo, el jardín o patio. Estos sitios –sin la necesidad de muchos muebles o elementos, y a veces con poco diseño o intervención– tienen un gran valor que los distingue de otras zonas de la casa: son espacios de convivencia y descanso, en los que se generan vínculos humanos, y son también entornos de desconexión y comodidad. Estar en el gran Erg Chebbi es como estar en un patio infinito y, aunque todos en la excursión éramos personas adultas, cuando lo visitamos logró desatar nuestra inocencia y nos dieron ganas de pisar la arena con pies descalzos y recostarnos en una alfombra a ver las estrellas. Estar en una jaima, por otro lado, es como estar en una sala infinita, donde solamente unas cuantas telas y cojines logran crear un ambiente acogedor, sin necesitar mayores lujos ni accesorios.
Esa noche que pasamos en el desierto fue, de acuerdo con la mayoría, la mejor de todo el viaje. Bajo la vía láctea –claramente visible de principio a fin– y bajo las siete estrellas fugaces que vimos pasar, sentíamos una indescriptible conexión entre nosotros, pero también con la Tierra: con su vida, astros, materiales y temperatura; y nadie quería irse, por más cansancio que tuviéramos. Hasta entonces, en el viaje, nos habíamos hospedado en sitios equipados, que a pesar de estar basados en modelos constructivos antiguos tenían comodidades contemporáneas, por lo que supongo que es difícil imaginar que nuestro hospedaje favorito fuera aquel que consistía solamente en una lona. Pero a veces se necesita muy poco para poder apreciar las cosas más simples, aquellas que nos muestran la belleza natural del mundo; porque claro, así como la arquitectura puede ser un arte, a veces también puede ser una obstrucción.
Si en el sitio en el que se encontraban estas jaimas se hubiese construido, en cambio, un edificio común no habríamos vivido una experiencia única y se quebraría la serenidad del paisaje, pero, igualmente, la Tierra lo padecería, pues implicaría un mantenimiento excesivo en un sitio remoto y una mayor importación de materiales ajenos. Las jaimas en cambio, si bien requieren de algunos procesos externos como el bombeo de agua o el traslado y refrigeración de alimentos y bebidas, no son tan invasivas en el entorno como lo serían otros tipos de vivienda.
El desierto marroquí es una tierra de lucha y supervivencia, aunque también de abandono, como lo demuestran las jaimas y poblaciones en ruinas que vimos al atravesarlo. Porque claro, no es lo mismo habitar este espacio por una noche que por una vida, ni es lo mismo hacerlo en calidad de local que de turista, donde se obtiene una experiencia pulida y aislada de la realidad, en la que problemas como el desabastecimiento no existen. Pero, aun así, nos ayudó a entender algo que a pesar de ser muy simple ya no entendemos: la conexión con la Tierra que sentimos aquí, deberíamos sentirla todos los días; y nuestra vivienda y estilo de vida deberían permitírnoslo.
Una sábana con dunas por debajo y estrellas por encima se convirtió en la mejor cama del viaje; la brisa en un inmejorable sistema de aire acondicionado; la luz de la vía láctea en justo lo necesario para el descanso. Fue también el mejor espacio de convivencia y comodidad, de esos que inspiran la plática honesta para que los desconocidos se conviertan en personas con matices y dejen de mostrarse como un retrato incompleto.
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