Foto: Lucía Vallarino

Dejamos atrás Erfud para avanzar camino hacia el Atlas nuevamente. Por la ventana el paisaje es árido, el color que predomina es el marrón de la tierra y el celeste del cielo. Cada tanto se puede ver un cúmulo de palmeras datileras al costado del camino, distribuidas en filas rectas perfectas, y acompañadas siempre de una placa fotovoltaica a sus espaldas. Y es que esta es vital para la supervivencia de los cultivos, ya que es la encargada de dar energía a la bomba que extrae el agua subterránea y permite funcionar al sistema de riego gota a gota.

Son muchas las familias que optan por invertir en un panel solar para uso doméstico y producción a pequeña escala en esta región porque en gran parte del territorio del sur del Atlas ni siquiera llega la energía eléctrica. Además de ser una energía renovable, amigable con el medio ambiente y sostenible, las placas fotovoltaicas son ideales para el ecosistema desértico, donde el sol es el protagonista.

La energía solar se ha transformado en un sinónimo de vida. No sólo porque sirve para iluminar por las noches y brindar electricidad para los electrodomésticos de las familias más afortunadas, sino que además se convirtió en un medio fundamental para obtener uno de los recursos más importantes en el desierto: el agua.

Foto: Marià Serrat

Después de un par de horas de carretera, decidimos frenar en un pequeño comercio familiar a los pies del camino para refrescarnos y comer algo. Así como veníamos viendo durante todo el trayecto, esta finca tenía una pequeña granja de palmeras datileras, además de contar con un local tipo café y una tienda de regalos y souvenirs. Este lugar se llama “Lo de Aicha”, nos menciona Mohammed, nuestro guía. Era un lugar humilde y familiar, pero claramente preparado para turistas. Al costado del café, una pequeña construcción tenía en sus puertas las inscripciones “CW”, queriendo indicar el baño (“CW” se refiere a las siglas de “water closed” en inglés, pero escrito sin querer al revés, ya que en árabe suelen escribir de derecha a izquierda). Nos sirvieron té, nos invitaron a conocer su tienda de regalos y una joven, que casualmente se llama Aicha, como la dueña del local, se ofreció a hacernos tatuajes de henna.

Entre risas y charlas, Aicha, de tan solo 18 años, nos confiesa lo agradecida que está de trabajar en este lugar. En el pueblo de Mellab no hay muchas oportunidades, y aquí los dueños de la tienda, que son quienes le enseñaron la labor, le pasan a buscar todos los días por el pueblo para que pueda llegar a trabajar a la finca.

La energía solar es fundamental para obtener el agua que da vida a los cultivos, gracias a ellos se creó este establecimiento, el cual permite no solo mantener a una familia, sino también crear una fuente de trabajo para las personas del pueblo de Mellab.