Alto Atlas
Pulmones ennegrecidos en el Alto Atlas
La historia de cómo vivir en una cueva no te aparta del “mundo” y cómo vivir en el medio natural no siempre te purifica los pulmones (aunque sí el alma)
24 Julio 2022
2-3 minutos de lectura
Foto: Sara Martínez
Empezamos el día dejándonos abrazar por la inmensidad con mayúsculas del Alto Atlas. Mires a donde mires, la montaña con sus valles, su terreno rocoso y su (poquísima) vegetación te dan la bienvenida con una energía que hipnotiza. Y allí, en medio de lo que podríamos llamar la nada, descubrimos varias cuevas. Encima de una de ellas un rebaño no muy grande de cabras buscan qué comer alrededor de una placa fotovoltaica.
Se trata de la casa de una familia amazig. Saludamos y pronto nos invitan a tomar el té con el patriarca de la familia, Alí. Mientras su nieta Hera lo prepara para nosotras, Alí, que con el tiempo fue perdiendo la vista hasta quedarse ciego y completamente dependiente de las nietas con las que vive, nos cuenta su historia. Una historia de guerras y dificultades, un relato estremecedor y que nos demuestra, una vez más, cómo un estilo de vida aparentemente apartado de la sociedad no significa no tener conocimiento del mundo.
Foto: Sara Martínez
Mientras disfrutamos del té y Alí, me llaman la atención las paredes de la cueva en la que estamos. Completamente teñidas de negro, como si alguien las hubiera pintado a propósito. Pero no es pintura. Cada invierno, al llegar la temporada de nieve al Atlas, se hace imposible sobrevivir aquí. Por eso, cubren como pueden la única entrada a la cueva y en su interior, todas juntas, encienden fuego para calentarse. Las paredes están ennegrecidas por el humo que desprenden estas hogueras. Sus pulmones, también.
Fuera de la cueva, vigilando la situación con cierto miedo -no deja de ser su casa y nosotras unas extrañas-, está Mohammed, hermano de Hera y por lo tanto nieto también de Alí. Desde que su abuelo dejó de ver definitivamente, es él el encargado del ganado y, cada miércoles, también de los recados. Entre ellos, conseguir en el pueblo cada semana una bombona de gas para que Hera pueda cocinar. Un reparto de las tareas diarias que nuevamente encierra a la mujer en los cuidados y el hogar, y que nos enseña que esta idea estructural de la sociedad permanece intacta tanto si analizamos grandes edificios de apartamentos en ciudades occidentales, como en el interior de las cuevas en las que aún viven familias enteras en distintas partes del mundo, entre ellas, Marruecos.
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