Valle del Ziz

Un río verde: agua, vida y alimento

A puertas del desierto, como si fuese un milagro, la naturaleza hace su magia. Un río verde se despliega desde el sur del Atlas hacia el desierto. Palmerales, huertas, aldeas y viejas kasbahs confirman la conexión entre el agua y la vida

20 Julio 2022

2-3 minutos de lectura

Foto: Alicia Gómez

Después de un exquisito desayuno en el hotel Xaluca y de visitar a unas familias seminómadas cerca de la laguna, partimos del Medio Atlas hacia el sur en busca del desierto. Tras varias horas de recorrido y de ver solo un paisaje áspero, las aguas subterráneas en la región de Sidi Ali salieron a la superficie.

Seguimos avanzando y el caudal comenzó a coger fuerza. Duró así hasta casi una hora y media, cuando el color ocre se desdibujó e hizo contraste a con un verde intenso del verdadero paraíso. Me quedé en shock. No podía creer lo que mis ojos, por primera vez, estaban observando. Sin duda, alucinante y mágico haber visto el oasis del Valle del Ziz en todo su esplendor.

El río verde mide unos 45 kilómetros de largo y entre 600 y 700 metros de ancho. Al seguir la ruta, al margen de este gigantesco palmeral, se observan muchas aldeas, casas de adobe y kasbahs. Son las familias que viven del río, de sus cultivos y las que, de generación en generación, han aprendido a usar, estratégicamente, el bien hídrico. Por ejemplo: la forma artesanal con la que, primero, captan el agua subterránea (khettara) y, luego, la canalizan a través de acequias hacia las plantaciones.

El camino hacia el desierto y río abajo me permitió ver el Marruecos rural en un oasis. Su cotidianidad, expresada en hombres y mujeres trabajando en sus extensiones de cultivos y en los productos locales de la región: frutales, flores, vegetales, cereales, olivos, almendros, y, por supuesto, las palmeras datileras. El día finalizó en Erfud… ¡Qué mágica y perfecta es la naturaleza!

Esa noche nos hospedamos en el Hotel Xaluca, de Erfud, el primer hotel que construyó Xaluca, con una arquitectura única en adobe, siguiendo, tal como lo expresan sus habitantes, “la técnica tradicional marroquí”. En el lobby del hotel, nos recibieron con un cóctel, con té y postres marroquíes; muy dulce todo, pero delicioso. Una alfombra roja me dirigía a la habitación y, una vez pasé por la puerta del lobby, entré a un lugar de ensueño: palmeras, piscina y la música típica. Era el momento de refrescarnos un poco.

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